Al bajar del trono Carlos IV, la España de Carlos I había perdido la aureola de que la ciñó este monarca. Los antiguos tercios castellanos no tremolaban nuestras banderas en las márgenes del Danubio, en los desiertos africanos, en las llanuras de la Flandes, en los campos de Lombardía, ni sobre el castillo de Sant’Angelo; y los laureles de Pavía, de San Quintín y de Lepanto estaban marchitos o secos. Despojada la nación hispana de sus más brillantes conquistas, y subyugada por un hombre, era un astro sin esplendor que giraba como satélite alrededor de Bonaparte. A él pagábamos gruesos subsidios, nuestros soldados le seguían, y le tomaban nuestros reyes por juez árbitro en sus querellas...
Saturday, December 9, 2017
El Dos de Mayo: novela histórica
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